marzo 28, 2014

Capítulo I. Jamás Desaparecerá



De espaldas a él, puedo ver mi propia cara reflejada en el espejo. Mis ojos claros se clavan en la imagen frente a mí y me cuesta trabajo creer que es mi rostro el que veo. Mi cabello largo y ondulado, tan oscuro como la noche que nos envuelve, cae sobre mis pechos desnudos, escondiéndolos de la vista. De pie como estoy, puedo ver todo mi cuerpo: mi cintura estrecha, mis piernas largas, mis pies delgados; que a mí siempre me han parecido grandes pero que embonan perfecto con el resto de mi cuerpo.
Me quedo mirándome largo tiempo, como buscando algo que faltara en el retrato que estoy viendo. Y realmente hay algo que falta pues por más que la miro, lo único que veo en la imagen frente a mí, es una mujer vacía carente de ilusión y sentimientos.
Detrás de mí, él me rodea con esos brazos fuertes y velludos. Quién es él o cómo llegamos aquí es lo que menos me importa. Me vuelvo y entonces puedo ver su cara: tiene facciones toscas y la barba descuidada, pero sus ojos, aunque pequeños, me parecen muy atractivos, tal vez eso fue lo que me hizo fijarme en él.
Ésta noche en el bar realmente no tenía pensado que esto pasara, sólo quería un trago, una copa que me ayudara a aliviar el vacío que llena mi alma y ahí un extraño me invita a beber y me sonríe con esa sonrisa que esconde algo pero que al mismo tiempo deja ver la intención detrás del gesto.
Y ahora, guiados por un sutil impulso que nos trajo hasta aquí, la habitación en mi departamento, nos miramos. Estamos solos y desnudos, uno frente al otro y nos miramos. Y en sus ojos veo una necesidad. Una necesidad igual que la mía de saciar una sed que no puede ser saciada. De satisfacer un deseo que no podrá jamás ser satisfecho. Pero aquí estamos y la necesidad que nos empuja a hacer lo que estamos haciendo es tan fuerte que no puede ya ser ignorada.
Me guía hasta la cama y me recuesta suavemente mientras me llena de caricias y besos. Me parece muy tierno, pero no es ternura lo que busco esta noche. Esta noche quiero pasión devoradora. Lujuria que me haga olvidar. Que me haga sentir. Fuego que se lleve de mí todo el sufrimiento. Lo empujo con ligera brusquedad y me acomodo a horcajadas sobre sus piernas. Lo beso con toda la pasión que me es posible, deslizo mis manos hasta la cinturilla de su ropa interior y descubro su sexo latiente de deseo. Lo sostengo entre mis manos y así, entre mis dedos, parece más grande de lo que realmente es. Lo acaricio suavemente mientras lleno de besos su boca. Parece que he despertado al lobo, pues me besa con besos llenos de pasión y me acaricia. No, no me acaricia, me estruja. Y sus manos toscas y rasposas me envuelven y me examinan. Grito y gimo al sentir sus manos recorriendo mi cuerpo.
Recostada en la cama puedo sentir su ser llenándome y vaciándome. Por un momento olvido el dolor y el sufrimiento. Por un segundo ya no hay nada. Mi ser es llenado por una sensación de paz que recorre todo mi cuerpo. Me estremezco y mi piel se eriza y mi voz aguda llena la habitación. Mi respiración se acompasa, mi cuerpo se destensa. Me sobreviene un sopor tan pesado que me cansa, pero no viene solo, la soledad y la tristeza le acompañan. Mi ser se inunda de amargura y me siento vacía de nuevo. Ya no hay paz. Y antes de que pueda darme cuenta me he quedado dormida llena de aquellos sentimientos.


En medio de la penumbra me levanto y siento el cuerpo tan pesado como si llevara una molesta carga encima. ¡Ah! Es verdad, si la llevo, pero esta noche me pesa más que nunca. Sentada sobre la cama miro al hombre que respira pausadamente. Está profundamente dormido pero yo deseo que estuviera muerto. Que no hubiera existido. Deseo que en su lugar, fuera el espacio vació que he mirado cada noche al despertar desconsolada. Pero ahí está. Lo miro y aparto la vista. Me miro a mí y el verme desnuda me avergüenza. Busco mi bata de seda y cubro mi cuerpo. Mis manos se aferran a ella con fuerza y me siento rota. Miro la mesita de noche junto al tocador y recuerdo de pronto lo que hay guardado en el cajón. Desesperada busco la llave en el alhajero del tocador y corro de nuevo a la mesita, acerco el taburete y me siento frente a ella. En el cajón, guardado como un tesoro, envuelto en papel de seda, la única cosa que guardé de él, el único obsequio que no fue destruido con mis manos. ¿Por qué lo guarde? Tal vez para esto. Lo descubro con cuidado y puedo verlo gracias a la lámpara de la mesita. El cuaderno forrado de piel que me obsequió el último cumpleaños que pasamos juntos. Deslizo los dedos por el broche de plata y lo examino.
Mi cabeza se llena con recuerdos. Y vienen a mí las imágenes de aquel día en nuestro hogar, en aquella época en que la palabra “nuestro” aún existía. Si cierro los ojos, aún puedo sentir el perfume de su cuerpo jugando en mi nariz. En mi cabeza aún puedo ver el vestido rojo que llevé aquel día y la expresión de su rostro al mirarme, como si no existiera nada más que él y yo en esa habitación. Y el dolor vuelve. Y la culpa se hace más grande.


»—¿Qué es? —pregunté sonriendo cuando extendió el envoltorio frente a mí, después de la cena.
»—Ábrelo —respondió con esa voz tan seductora que le caracteriza.
»—Un libro —dije sorprendida y hojeé las páginas —esta... en blanco. —Rió.
»—Es que no es un libro. Es un diario. Para que escribas en él lo que quieras. Lo que se te ocurra. Cualquier cosa que puedas sentir. —Sonrió y la sombra de esa sonrisa sincera aún me acompaña.
Pues bien. Ahora había algo que quería escribir. Y no era un diario exactamente en lo que pensé cuando tome el cuaderno sino una carta. Una carta que atrapara todo lo que quería decirle. Lo que sólo podía contarte a él, que siempre me había comprendido tan bien. Abro la primera página y comienzo a escribir:


Amor mío:
Esta es la primera vez que estoy con un hombre que no eres tú y me gustó. Lo hice para olvidar de algún modo posible tu recuerdo. Para aliviar mis deseos de tenerte y funcionó. Pero fue un alivio momentáneo que expiró tan pronto se escapó el orgasmo. Extrañamente me he sentido culpable, como quien comete un delito y a quien le aplasta luego la moral. He sentido que estoy traicionándote. Que te estoy siendo infiel. Pero debo agradecer que me has hecho una mujer libre y lo único que traiciono es tu recuerdo.
En realidad no tenía la intensión de hacerlo, fue algo que sólo sucedió y cuando me di cuenta no quise detenerlo. Dejé que pasara y experimenté cosas nuevas. Cosas diferentes. Él no es como tú, en el sexo me refiero, y no es que te compare, sólo quiero hacer notar que fue una experiencia diferente. Lo hizo tan diferente de ti que me gustó.
He de confesarte que también en mí hay algo diferente. No sé como explicarlo adecuadamente, pero fue como si algo en mí se rompiera. De algún modo, aquello que se fracturó me impide ser la de antes, la que conocías. Tengo la sensación de que ya no puedo ser como antes aunque quisiera. Es como si algo me faltara, como si todas las experiencias que me han colmado desde que te conocí me hubieran hecho de este modo y es por eso que no puedo volver a ser quien era, porque ya no sé como hacerlo ni tengo la intención de traerla de vuelta.
Ésta es la primera carta que te escribo desde que no estas conmigo y tengo la certeza de que no será la última. Sé que volveré a buscar el calor de otros brazos con la esperanza de hallar en ellos el consuelo que me falta. Cada noche saldré en busca de aquello que me llene, aunque sea por un momento, el vació que me empapa. Tal vez así, una noche de pronto, el sufrimiento se vaya.
Hasta el próximo encentro.
Con cariño… Anna 
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