Capítulo III. De Vuelta A La Oficina
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Perdonen que no haya actualizado la publicación. Simplemente no tengo excusa. Aquí el nuevo capítulo.
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Esta
mañana me levanto muy temprano y me doy un baño. Los deberes en la
oficina me demandan y es que ser la dueña de una de las firmas
publicitarias más importantes del país no es sencillo. De hecho mi
vida no podría ser tan desahogada sin Sebastian.
Sebastían
es mi más fiel trabajador y mi mano derecha. Es un hombre alto, de
mediana edad y muy formal. Se toma su trabajo muy en serio y nunca
deja nada para después, en mi opinión, trabaja demasiado. Muchos en
la oficina especulan sobre una relación sentimental, pero puedo
asegurar que no existe nada de eso entre él y yo. Cuando heredé
la firma, Sebastian ya se hacía cargo de todo. Así
que podría decirse que “venía con el paquete”, además es un
hombre casado y ama a su esposa y a sus cuatro hijos por sobre todas
las cosas. Los he visto pocas veces y sólo en reuniones formales,
en
realidad
no he tenido tiempo de entablar una amistad o una relación menos
profesional con ellos, tampoco es que muera de ganas por hacerlo.
Es
gracias a él que puedo despreocuparme sobre lo que pase con la
empresa y hacer con mi vida lo que me venga en gana. Pero no esta
mañana. Normalmente Sebastían
se las arregla para que no tenga que aparecerme por las oficinas y
sólo me lleva una vez por semana contratos y documentos para firmar
hasta mi propio estudio en el departamento. Pero hoy hay una junta
importante con inversionistas extranjeros y mi presencia es
fundamental para mejorar la imagen de la compañía.
Razón por la que debo portarme como una mujer de negocios y a mitad
de la junta decir algo que parezca impresionante.
Contrario
a lo que muchos puedan pensar. Conozco lo que se hace en la empresa
que manejo y aunque no tomo las decisiones importantes, estoy al
tanto de todo lo que se hace y de lo que debe hacerse. No siempre
tuve una vida despreocupada. Hubo una época en la que debía ganarme
la vida como todas las personas de la clase media que trabajan para
mí. Estudié finanzas en mi faceta de universitaria y aunque no me
gradué con honores, pude terminar los estudios. Por ello cada vez
que me aparezco por las juntas y doy uno de mis discursos
motivacionales o presento una propuesta que revolucionará la
dirección de la compañía, más de uno se sorprende. Menos
Sebastían,
él es un hombre difícil de sorprender y también de persuadir, por
eso, no importándole cuanto rogué o supliqué, me obligó a asistir
a la junta de hoy.
Pasadas
las ocho de la mañana llego a la oficina con un abrigo de gabardina
color caqui, mi rostro se esconde detrás de unas gafas oscuras. En
una de mis manos llevo el bolso y en la otra sostengo un vaso de
café. No es que sea adicta al café, pero si quiero estar despierta
durante toda la aburrida junta, debo beberme el vaso completo.
Después
de cuatro horas que parecieron interminables, Sebastían
da por terminado el encuentro y yo me levanto tan pronto se vacía la
sala y me dispongo a salir. Salgo casi huyendo del lugar y decido que
lo mejor para arreglar mi día es ir a comer a un fino restaurant en
compañía de Sebastían.
No es que aprecie su compañía pero la idea de ir a comer sola no me
satisface.
Me
paso la tarde paseando por el centro comercial. Me paro en cada
tienda de cosméticos que encuentro y compro alguna chuchería en
cada local. Como toda mujer, estoy llena de vanidades y una de mis
grandes debilidades, entre las que destacan los zapatos y los
vestidos, está el maquillaje. Tengo neceseres llenos de maquillaje
para ojos y un sin fin de labiales. Amo los labiales en tonos rojizos
brillantes y adoro los tonos rojo oscuro. Creo que jamás he podido
terminar una barra de labios por tantos que tengo y jamás lo haré
si sigo comprando de este modo.
Me
detengo a tomar un descanso y de paso un café cuando al buscar mi
móvil me doy cuenta de
que
no lo llevo conmigo. Un poco nerviosa trato de recordar la última
vez que lo vi: la oficina.
Son
cerca de las ocho de la noche y en teoría la oficina debería estar
vacía. Pienso
que lo mejor sería llamar a Sebastian desde el apartamento para que
me lo lleve mañana a primera hora de la mañana. Pero pensando lo
mejor, estoy un poco cerca y ya bastantes responsabilidades le
confiero a Sebastían
como para encima atosigarlo con mis descuidos. Al fin y al cabo no me
cuesta nada pasarme por ahí.
Tal
y como lo esperaba las oficinas están prácticamente desoladas. Sólo
el portero, que nunca abandona su lugar, me sonríe al entrar. Las
luces están apagadas y eso dificulta mi recorrido hasta la sala de
juntas, donde espero esté
mi celular. Al llegar al pasillo que da paso a la sala noto un rayo
de luz que proviene del lugar al que me dirijo. Escuchando con
atención puedo
oír
las risas de una mujer y la voz de un hombre pero no alcanzo a
distinguir lo que están diciendo.
—¿Será
que aún hay alguien aquí? —digo para mí.
Me
acercó sigilosa para poder espiar mejor a quienes irrumpen mi
compañía a deshoras. Los sonidos se hacen más claros según me voy
acercando y comienzan a escucharse lo que parecen ser sollozos. Los
sonidos se hacen más fuertes y lo que escucho no son sollozos,
parecen más bien gemidos. Sí, no cabe duda que lo son. Con cautela,
abro lentamente la puerta y lo que ven mis ojos me sorprende. Es un
hombre sentado en mi silla de cuero mirando pornografía en la
pantalla de proyección que llena la pared. Sostiene su pene entre
sus manos y lo sacude con fuerza. Puedo
escuchar como sus suspiros entre cortados se mezclan con el audio de
la película. Tiene los ojos cerrados y su respiración se agita cada
vez un poco más, según el ritmo de sus propias caricias. Entro
finalmente a la sala con paso decidido y un poco divertida.
—Podría
despedirlo por esto ¿Sabe? —Digo con voz grave pero seductora.
El
hombre, asustado, procede a levantarse sin tomarse la molestia de
guardarse el miembro dentro del pantalón. Lo
deja totalmente erecto y a la vista.
—¡Señora
Evans! ¿Qué hace aquí?
—Eso
no le incumbe. Y soy yo quien debería hacerle esa pregunta. Pero
puedo ver claramente lo que está haciendo —digo mirando su falo
apuntándome.
No
sé que me ocurre pero no puedo apartar mi vista de ese lugar. No es
que sea la gran maravilla o que tenga un tamaño excepcional, pero es
bonito y muy atractivo. El
chico parece notarlo y se aproxima a mí. Me
mira con esa mirada seductora que caracteriza al género masculino y
se inclina un poco para decirme algo al oído mientras toma mi mano
tiernamente.
—Le
gustaría tocarlo —sus palabras resuenan en mi cabeza. Puedo
sentir que guía mi muñeca hasta la protuberancia que le sale del
pantalón.
Mi
mano se desliza lentamente por toda la extensión de su miembro y lo
acaricio de arriba a abajo en un movimiento rítmico y acompasado.
Puedo sentir como se endurece a mi tacto. Me besa apasionadamente y
yo simplemente respondo a sus caricias. Soy consciente de la humedad
que aumenta entre mis piernas. Él, gira mi cabeza para besar la
longitud de mi cuello y entonces lo veo. Ahí, sobre la mesa, el
objeto que he venido a buscar. Alargo
el brazo para alcanzarlo y le doy un último beso a mi empleado antes
de separarme con cierta brusquedad de su cuerpo.
—Por
esta vez no voy a reportarlo. Así
que puede irse. Pero más le vale no volver a hacerlo —digo
mientras salgo de la sala de juntas rumbo a mi coche en el
estacionamiento.
Mientras
conduzco a casa, me esfuerzo por tratar de recuperar la compostura
dejando de lado mi excitación. Me digo a mi misma que debo pedirle a
Sebastían
que implemente medidas más drásticas para evitar que los empleados
se queden más tiempo una vez establecida su hora de salida. No creo
que Sebastían
necesite una explicación para mis demandas, tampoco es que
acostumbre a dárselas pero sería algo engorroso tener que
explicarle lo ocurrido.
Después
de mi baño de burbujas en la amplia tina de mi cuarto de baño. Me
siento frente a la mesita y comienzo a escribir.
Cariño
mío:
Esta
noche he experimentado algo interesante. Como cualquier ser humano he
sido invadida por la excitación que causa el morbo de mirar a
alguien tocando su propio cuerpo. Pude haber podido irme en cuanto me
di cuenta de lo que ocurría pero no lo hice. Quería mirar y aún
más, quería ser participe de aquello. Así que impulsada por el
instinto me atreví a entrar y casualmente aquel que era objeto de mi
mirada espía, me invitó a participar en un encuentro sexual que
prometía ser altamente satisfactorio.
Sin
embargo algo extraño sucedió. Cuando estaba ahí, totalmente
extasiada y apunto de ceder a mis bajos instintos, un impulso me
empujó
a irme. A negarme a ceder. Y es que el susodicho era un empleado que
trabaja para mí y aquel encuentro se daría precisamente en las
instalaciones donde labora mi equipo. ¿Será acaso que aún me queda
un poco de moral?
Con
cariño… Anna
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Próxima Publicaión: Lunes 12 de Mayo
Publicado por:
2:56 p. m. | |
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