Capítulo IV. Cuando Cae La Lluvia
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El
día está increíblemente frío. Me levanto simplemente porque ya no
puedo estar más en la cama. Me dejo puesto el pijama y me pongo unas
pantuflas de colores. Un atuendo nada sexy pero muy abrigador. Me
dirijo al armario y saco de un cajón en el que guardo la ropa que
uso muy poco un abrigo tejido de estambre en color gris.
Con
este clima me apetece tomar algo caliente, así que preparo un té en
la amplia cocina. Es martes y la señora que me ayuda con la limpieza
no vendrá hoy. Yo la llamo señora Lucy. Es una persona muy sencilla
y muy respetable. También es muy discreta y ésa
la razón principal por la que la contraté. Me gusta que las
personas que trabajen para mí
sean honestas y que no se inmiscuyan en mi vida privada y la Señora
Lucy es mucho más que eso. Me gusta mucho como cocina y he de decir
que en ese aspecto, como en muchos otros, soy muy estricta.
Lamentablemente son pocas las veces que como en casa y mis
oportunidades de probar su comida se ven limitadas. La conozco desde
hace tres años, pero hace sólo dos que trabaja para mí. Es una
mujer madura y regordeta. En realidad la conozco muy poco. No sé
de ella casi nada.
Después
de preparar mi enorme taza de té pienso que lo mejor para pasar el
rato es ver una película. No estoy de humor para ver algo romántico
y cursi. Así que elijo Indiana
Jones en busca del arca perdida.
La verdad disfruto mucho del cine de acción. No suelo intimar con
las personas y eso me permite sentirme más libre en mi manera de
actuar y de hacer las cosas, ya que no espero su aceptación. Aunque
también, en días como hoy, me hace sentir más sola. Si tuviera un
amigo o alguien con quien me sintiera
cómoda, podría llamarle y pedirle que viniera a acompañarme. Pero
no he permitido que nadie se me acerque hasta ese punto.
Mirando
el rostro de Harrison
Ford
en la pantalla, repentinamente he recordado escenas de mi pasado. Un
pasado feliz en aquella casa a la que no he vuelto desde el día que
lo perdí.
»—No
sé porquée
te gusta ver esas cosas —me decía con esa voz varonil mirando
fijamente el pequeño televisor. Recuerdo perfectamente las paredes
pintadas de verde pistache y los horribles sillones que nos regalaron
mis padres al mudarnos de casa.
»—No
lo sé —respondí yo encogiéndome un poco más en el sillón
rodeada por sus brazos —me recuerdan a mi infancia creo.
»—¿Tu
infancia? ¿Qué niño se sienta a ver Indiana
Jones?
»—¿Qué
no lo hacías tú con tu padre? —le miré sorprendida.
»—No
»—¿Qué
clase de infancia tuviste? —recuerdo nuestras risas llenando la
pequeña habitación que era nuestra sala. Y nunca podré olvidar lo
cómodos que eran esos horribles sillones.
Suficiente.
Apago el televisor sin preocuparme de sacar el dvd del reproductor.
Necesito distraerme con algo o seguiré trayéndolo a mi memoria.
Afuera llueve y mis deseos de salir a caminar desaparecen con las
gotas de agua que se escurren por la ventana. Pero hay un rostro que
no he podido sacar de mi cabeza y viene a mi pecho un extraño
sentimiento, una opresión en mi pecho que no me abandona. Siento el
cuerpo entumido pero no puedo identificar si es de frío o es que
acaso esta soledad me está matando más que nunca. Odio los días de
lluvia. Siempre los he odiado pero antes no me parecían tan crudos
como ahora. ¿Será que antes no me sentía tan sola? Deseo
desesperadamente volver a la cama pero al entrar a la habitación me
invade el llanto y lo dejo salir. Mis piernas se dirigen al taburete
y enciendo la lámpara para poder ver mejor las letras que salen de
mi mano. La vista se me nubla por las lágrimas que salen sin permiso
de mis ojos y la habitación se llena con suspiros entre cortados que
salen de mi garganta.
Vida
mía:
Mi
mente es un mar de recuerdos y miles de sentimientos se agolpan en mi
pecho. Siento culpa por las decisiones que tomé. Impotencia, porque
no importaba cualquier cosa que hubiese podido hacer este habría
sido el final. Eso es lo que más me duele. Si al menos existiera un
modo de volver el tiempo y encontrar aquel punto en el que todo se
descompuso. Pero eso es imposible. Y tú me llenaste la cabeza de
cosas imposibles. Soñaba un mundo junto a ti en el que no necesitaba
más. Y a pesar de lo sencilla que fue nuestra vida juntos, yo era
muy feliz. Era tan feliz como no he vuelto a serlo, incluso he
llegado a creer que esa felicidad jamás volverá. No de esa forma.
Aún
hoy, a pesar de los años que has estado lejos, puedo sentir el calor
de tu cuerpo junto al mío y no es fácil admitir que me haces tanta
falta, sobre todo en días como éste
en el que la carga de mis pasos se ha hecho demasiado grande. Hay
muchas cosas que no te he contado ¿Sabes?
No
he llevado una vida sana desde entonces. Y no sólo he descuidado mi
salud, también he dejado que mi mente se trastorne. He hecho cosas
que no puedo decirte porque me avergüenzan. Me duele admitir que si
nos encontráramos tal y como me encuentro ahora no me reconocerías.
O tal vez harías como que no me conoces. Sé que soy la clase de
mujer que toda tu vida has detestado. Pero el dolor me orilló a ello
y no es que esté buscando una excusa para disculparme, pero es la
verdad. Cuando el dolor se hizo demasiado grande necesité aferrarme
a algo para no volverme loca. Y ésta
fue
la única forma que encontré. Estoy segura que había otras maneras
de hacerlo. Muchas otras maneras, pero ésta
era la más fácil y la tomé.
Hay
algo que me gustaría confesarte: Me casé de
nuevo.
Por supuesto no fue por amor. Fue parte de mi método de salvación.
Cuando estaba más desolada y confundida apareció la oportunidad y
no me pareció que aquello acabaría mal. Al contrario, en el agujero
donde me encontraba sentía que los brazos de ese hombre me sacaban
del pozo donde me había sumergido. Muy tarde me di cuenta que
realmente sucedió lo opuesto, me estaba sumergiendo más hondo en el
fango.
No
sé si es la lluvia la que me pone melancólica o es que al fin he
comprendido que la soledad que me dejaste me lastima aún más que tu
compañía.
No
sabes cuanto te extraño. Sí, te extraño como no te imaginas. Y no
te imaginas el acopio que he hecho de todas mis fuerzas para poder
escribir estás dos simples palabras que me he negado a aceptar a lo
largo de todos estos años. El sentimiento que no me he permitido
sentir desde el día en que decidí que debía sacarte de mi vida ya
que tu me habías sacado de la tuya. Jamás pensé que después de
todo el tiempo que ha transcurrido desde entonces la herida siguiera
doliendo. Ahora comprendo que eso pasa cuando no dejas que la herida
se vuela cicatriz. Cuando en vez de hacer lo posible por seguir
adelante y superar el dolor, dejas que se acumule en ti y te pones
una máscara en forma de sonrisa que no te quitas ni siquiera cuando
te quedas sola, como he hecho yo.
Soy
consciente de que jamás he sido más feliz que estando a tu lado y
aunque sé que no se puede volver el tiempo, atesoraré el recuerdo
de esos días con el anhelo ferviente de que vuelvan. No prometo que
voy a buscarte porque tal vez no lo haga. Ni te prometo que voy a
esperarte toda mi vida porque mi vida no me pertenece y no puedo
dártela. Pero al fin he comprendido que nunca he dejado ni dejaré
de ser tuya.
Siempre
tuya… Anna
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Próxima publicación: 25 de Mayo
Publicado por:
12:08 p. m. | |
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