abril 28, 2014

Capítulo III. De Vuelta A La Oficina


Perdonen que no haya actualizado la publicación. Simplemente no tengo excusa. Aquí el nuevo capítulo.
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Esta mañana me levanto muy temprano y me doy un baño. Los deberes en la oficina me demandan y es que ser la dueña de una de las firmas publicitarias más importantes del país no es sencillo. De hecho mi vida no podría ser tan desahogada sin Sebastian.

Sebastían es mi más fiel trabajador y mi mano derecha. Es un hombre alto, de mediana edad y muy formal. Se toma su trabajo muy en serio y nunca deja nada para después, en mi opinión, trabaja demasiado. Muchos en la oficina especulan sobre una relación sentimental, pero puedo asegurar que no existe nada de eso entre él y yo. Cuando heredé la firma, Sebastian ya se hacía cargo de todo. Así que podría decirse que “venía con el paquete”, además es un hombre casado y ama a su esposa y a sus cuatro hijos por sobre todas las cosas. Los he visto pocas veces y sólo en reuniones formales, en realidad no he tenido tiempo de entablar una amistad o una relación menos profesional con ellos, tampoco es que muera de ganas por hacerlo.
Es gracias a él que puedo despreocuparme sobre lo que pase con la empresa y hacer con mi vida lo que me venga en gana. Pero no esta mañana. Normalmente Sebastían se las arregla para que no tenga que aparecerme por las oficinas y sólo me lleva una vez por semana contratos y documentos para firmar hasta mi propio estudio en el departamento. Pero hoy hay una junta importante con inversionistas extranjeros y mi presencia es fundamental para mejorar la imagen de la compañía. Razón por la que debo portarme como una mujer de negocios y a mitad de la junta decir algo que parezca impresionante.
Contrario a lo que muchos puedan pensar. Conozco lo que se hace en la empresa que manejo y aunque no tomo las decisiones importantes, estoy al tanto de todo lo que se hace y de lo que debe hacerse. No siempre tuve una vida despreocupada. Hubo una época en la que debía ganarme la vida como todas las personas de la clase media que trabajan para mí. Estudié finanzas en mi faceta de universitaria y aunque no me gradué con honores, pude terminar los estudios. Por ello cada vez que me aparezco por las juntas y doy uno de mis discursos motivacionales o presento una propuesta que revolucionará la dirección de la compañía, más de uno se sorprende. Menos Sebastían, él es un hombre difícil de sorprender y también de persuadir, por eso, no importándole cuanto rogué o supliqué, me obligó a asistir a la junta de hoy.
Pasadas las ocho de la mañana llego a la oficina con un abrigo de gabardina color caqui, mi rostro se esconde detrás de unas gafas oscuras. En una de mis manos llevo el bolso y en la otra sostengo un vaso de café. No es que sea adicta al café, pero si quiero estar despierta durante toda la aburrida junta, debo beberme el vaso completo.
Después de cuatro horas que parecieron interminables, Sebastían da por terminado el encuentro y yo me levanto tan pronto se vacía la sala y me dispongo a salir. Salgo casi huyendo del lugar y decido que lo mejor para arreglar mi día es ir a comer a un fino restaurant en compañía de Sebastían. No es que aprecie su compañía pero la idea de ir a comer sola no me satisface.
Me paso la tarde paseando por el centro comercial. Me paro en cada tienda de cosméticos que encuentro y compro alguna chuchería en cada local. Como toda mujer, estoy llena de vanidades y una de mis grandes debilidades, entre las que destacan los zapatos y los vestidos, está el maquillaje. Tengo neceseres llenos de maquillaje para ojos y un sin fin de labiales. Amo los labiales en tonos rojizos brillantes y adoro los tonos rojo oscuro. Creo que jamás he podido terminar una barra de labios por tantos que tengo y jamás lo haré si sigo comprando de este modo.
Me detengo a tomar un descanso y de paso un café cuando al buscar mi móvil me doy cuenta de que no lo llevo conmigo. Un poco nerviosa trato de recordar la última vez que lo vi: la oficina.
Son cerca de las ocho de la noche y en teoría la oficina debería estar vacía. Pienso que lo mejor sería llamar a Sebastian desde el apartamento para que me lo lleve mañana a primera hora de la mañana. Pero pensando lo mejor, estoy un poco cerca y ya bastantes responsabilidades le confiero a Sebastían como para encima atosigarlo con mis descuidos. Al fin y al cabo no me cuesta nada pasarme por ahí.
Tal y como lo esperaba las oficinas están prácticamente desoladas. Sólo el portero, que nunca abandona su lugar, me sonríe al entrar. Las luces están apagadas y eso dificulta mi recorrido hasta la sala de juntas, donde espero esté mi celular. Al llegar al pasillo que da paso a la sala noto un rayo de luz que proviene del lugar al que me dirijo. Escuchando con atención puedo oír las risas de una mujer y la voz de un hombre pero no alcanzo a distinguir lo que están diciendo.
¿Será que aún hay alguien aquí? —digo para mí.
Me acercó sigilosa para poder espiar mejor a quienes irrumpen mi compañía a deshoras. Los sonidos se hacen más claros según me voy acercando y comienzan a escucharse lo que parecen ser sollozos. Los sonidos se hacen más fuertes y lo que escucho no son sollozos, parecen más bien gemidos. Sí, no cabe duda que lo son. Con cautela, abro lentamente la puerta y lo que ven mis ojos me sorprende. Es un hombre sentado en mi silla de cuero mirando pornografía en la pantalla de proyección que llena la pared. Sostiene su pene entre sus manos y lo sacude con fuerza. Puedo escuchar como sus suspiros entre cortados se mezclan con el audio de la película. Tiene los ojos cerrados y su respiración se agita cada vez un poco más, según el ritmo de sus propias caricias. Entro finalmente a la sala con paso decidido y un poco divertida.
Podría despedirlo por esto ¿Sabe? —Digo con voz grave pero seductora.
El hombre, asustado, procede a levantarse sin tomarse la molestia de guardarse el miembro dentro del pantalón. Lo deja totalmente erecto y a la vista.
¡Señora Evans! ¿Qué hace aquí?
Eso no le incumbe. Y soy yo quien debería hacerle esa pregunta. Pero puedo ver claramente lo que está haciendo —digo mirando su falo apuntándome.
No sé que me ocurre pero no puedo apartar mi vista de ese lugar. No es que sea la gran maravilla o que tenga un tamaño excepcional, pero es bonito y muy atractivo. El chico parece notarlo y se aproxima a mí. Me mira con esa mirada seductora que caracteriza al género masculino y se inclina un poco para decirme algo al oído mientras toma mi mano tiernamente.
Le gustaría tocarlo —sus palabras resuenan en mi cabeza. Puedo sentir que guía mi muñeca hasta la protuberancia que le sale del pantalón.
Mi mano se desliza lentamente por toda la extensión de su miembro y lo acaricio de arriba a abajo en un movimiento rítmico y acompasado. Puedo sentir como se endurece a mi tacto. Me besa apasionadamente y yo simplemente respondo a sus caricias. Soy consciente de la humedad que aumenta entre mis piernas. Él, gira mi cabeza para besar la longitud de mi cuello y entonces lo veo. Ahí, sobre la mesa, el objeto que he venido a buscar. Alargo el brazo para alcanzarlo y le doy un último beso a mi empleado antes de separarme con cierta brusquedad de su cuerpo.
Por esta vez no voy a reportarlo. Así que puede irse. Pero más le vale no volver a hacerlo —digo mientras salgo de la sala de juntas rumbo a mi coche en el estacionamiento.
Mientras conduzco a casa, me esfuerzo por tratar de recuperar la compostura dejando de lado mi excitación. Me digo a mi misma que debo pedirle a Sebastían que implemente medidas más drásticas para evitar que los empleados se queden más tiempo una vez establecida su hora de salida. No creo que Sebastían necesite una explicación para mis demandas, tampoco es que acostumbre a dárselas pero sería algo engorroso tener que explicarle lo ocurrido.
Después de mi baño de burbujas en la amplia tina de mi cuarto de baño. Me siento frente a la mesita y comienzo a escribir.
Cariño mío:
Esta noche he experimentado algo interesante. Como cualquier ser humano he sido invadida por la excitación que causa el morbo de mirar a alguien tocando su propio cuerpo. Pude haber podido irme en cuanto me di cuenta de lo que ocurría pero no lo hice. Quería mirar y aún más, quería ser participe de aquello. Así que impulsada por el instinto me atreví a entrar y casualmente aquel que era objeto de mi mirada espía, me invitó a participar en un encuentro sexual que prometía ser altamente satisfactorio.
Sin embargo algo extraño sucedió. Cuando estaba ahí, totalmente extasiada y apunto de ceder a mis bajos instintos, un impulso me empujó a irme. A negarme a ceder. Y es que el susodicho era un empleado que trabaja para mí y aquel encuentro se daría precisamente en las instalaciones donde labora mi equipo. ¿Será acaso que aún me queda un poco de moral?
Con cariño… Anna

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Próxima Publicaión: Lunes 12 de Mayo
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