mayo 13, 2014

Capítulo IV. Cuando Cae La Lluvia


El día está increíblemente frío. Me levanto simplemente porque ya no puedo estar más en la cama. Me dejo puesto el pijama y me pongo unas pantuflas de colores. Un atuendo nada sexy pero muy abrigador. Me dirijo al armario y saco de un cajón en el que guardo la ropa que uso muy poco un abrigo tejido de estambre en color gris.
Con este clima me apetece tomar algo caliente, así que preparo un té en la amplia cocina. Es martes y la señora que me ayuda con la limpieza no vendrá hoy. Yo la llamo señora Lucy. Es una persona muy sencilla y muy respetable. También es muy discreta y ésa la razón principal por la que la contraté. Me gusta que las personas que trabajen para mí sean honestas y que no se inmiscuyan en mi vida privada y la Señora Lucy es mucho más que eso. Me gusta mucho como cocina y he de decir que en ese aspecto, como en muchos otros, soy muy estricta. Lamentablemente son pocas las veces que como en casa y mis oportunidades de probar su comida se ven limitadas. La conozco desde hace tres años, pero hace sólo dos que trabaja para mí. Es una mujer madura y regordeta. En realidad la conozco muy poco. No sé de ella casi nada.

Después de preparar mi enorme taza de té pienso que lo mejor para pasar el rato es ver una película. No estoy de humor para ver algo romántico y cursi. Así que elijo Indiana Jones en busca del arca perdida. La verdad disfruto mucho del cine de acción. No suelo intimar con las personas y eso me permite sentirme más libre en mi manera de actuar y de hacer las cosas, ya que no espero su aceptación. Aunque también, en días como hoy, me hace sentir más sola. Si tuviera un amigo o alguien con quien me sintiera cómoda, podría llamarle y pedirle que viniera a acompañarme. Pero no he permitido que nadie se me acerque hasta ese punto.
Mirando el rostro de Harrison Ford en la pantalla, repentinamente he recordado escenas de mi pasado. Un pasado feliz en aquella casa a la que no he vuelto desde el día que lo perdí.
»—No sé porquée te gusta ver esas cosas —me decía con esa voz varonil mirando fijamente el pequeño televisor. Recuerdo perfectamente las paredes pintadas de verde pistache y los horribles sillones que nos regalaron mis padres al mudarnos de casa.
»No lo sé —respondí yo encogiéndome un poco más en el sillón rodeada por sus brazos —me recuerdan a mi infancia creo.
»—¿Tu infancia? ¿Qué niño se sienta a ver Indiana Jones?
»—¿Qué no lo hacías tú con tu padre? —le miré sorprendida.
»—No
»—¿Qué clase de infancia tuviste? —recuerdo nuestras risas llenando la pequeña habitación que era nuestra sala. Y nunca podré olvidar lo cómodos que eran esos horribles sillones.
Suficiente. Apago el televisor sin preocuparme de sacar el dvd del reproductor. Necesito distraerme con algo o seguiré trayéndolo a mi memoria. Afuera llueve y mis deseos de salir a caminar desaparecen con las gotas de agua que se escurren por la ventana. Pero hay un rostro que no he podido sacar de mi cabeza y viene a mi pecho un extraño sentimiento, una opresión en mi pecho que no me abandona. Siento el cuerpo entumido pero no puedo identificar si es de frío o es que acaso esta soledad me está matando más que nunca. Odio los días de lluvia. Siempre los he odiado pero antes no me parecían tan crudos como ahora. ¿Será que antes no me sentía tan sola? Deseo desesperadamente volver a la cama pero al entrar a la habitación me invade el llanto y lo dejo salir. Mis piernas se dirigen al taburete y enciendo la lámpara para poder ver mejor las letras que salen de mi mano. La vista se me nubla por las lágrimas que salen sin permiso de mis ojos y la habitación se llena con suspiros entre cortados que salen de mi garganta.
Vida mía:
Mi mente es un mar de recuerdos y miles de sentimientos se agolpan en mi pecho. Siento culpa por las decisiones que tomé. Impotencia, porque no importaba cualquier cosa que hubiese podido hacer este habría sido el final. Eso es lo que más me duele. Si al menos existiera un modo de volver el tiempo y encontrar aquel punto en el que todo se descompuso. Pero eso es imposible. Y tú me llenaste la cabeza de cosas imposibles. Soñaba un mundo junto a ti en el que no necesitaba más. Y a pesar de lo sencilla que fue nuestra vida juntos, yo era muy feliz. Era tan feliz como no he vuelto a serlo, incluso he llegado a creer que esa felicidad jamás volverá. No de esa forma.
Aún hoy, a pesar de los años que has estado lejos, puedo sentir el calor de tu cuerpo junto al mío y no es fácil admitir que me haces tanta falta, sobre todo en días como éste en el que la carga de mis pasos se ha hecho demasiado grande. Hay muchas cosas que no te he contado ¿Sabes?
No he llevado una vida sana desde entonces. Y no sólo he descuidado mi salud, también he dejado que mi mente se trastorne. He hecho cosas que no puedo decirte porque me avergüenzan. Me duele admitir que si nos encontráramos tal y como me encuentro ahora no me reconocerías. O tal vez harías como que no me conoces. Sé que soy la clase de mujer que toda tu vida has detestado. Pero el dolor me orilló a ello y no es que esté buscando una excusa para disculparme, pero es la verdad. Cuando el dolor se hizo demasiado grande necesité aferrarme a algo para no volverme loca. Y ésta fue la única forma que encontré. Estoy segura que había otras maneras de hacerlo. Muchas otras maneras, pero ésta era la más fácil y la tomé.
Hay algo que me gustaría confesarte: Me casé de nuevo. Por supuesto no fue por amor. Fue parte de mi método de salvación. Cuando estaba más desolada y confundida apareció la oportunidad y no me pareció que aquello acabaría mal. Al contrario, en el agujero donde me encontraba sentía que los brazos de ese hombre me sacaban del pozo donde me había sumergido. Muy tarde me di cuenta que realmente sucedió lo opuesto, me estaba sumergiendo más hondo en el fango.
No sé si es la lluvia la que me pone melancólica o es que al fin he comprendido que la soledad que me dejaste me lastima aún más que tu compañía.
No sabes cuanto te extraño. Sí, te extraño como no te imaginas. Y no te imaginas el acopio que he hecho de todas mis fuerzas para poder escribir estás dos simples palabras que me he negado a aceptar a lo largo de todos estos años. El sentimiento que no me he permitido sentir desde el día en que decidí que debía sacarte de mi vida ya que tu me habías sacado de la tuya. Jamás pensé que después de todo el tiempo que ha transcurrido desde entonces la herida siguiera doliendo. Ahora comprendo que eso pasa cuando no dejas que la herida se vuela cicatriz. Cuando en vez de hacer lo posible por seguir adelante y superar el dolor, dejas que se acumule en ti y te pones una máscara en forma de sonrisa que no te quitas ni siquiera cuando te quedas sola, como he hecho yo.
Soy consciente de que jamás he sido más feliz que estando a tu lado y aunque sé que no se puede volver el tiempo, atesoraré el recuerdo de esos días con el anhelo ferviente de que vuelvan. No prometo que voy a buscarte porque tal vez no lo haga. Ni te prometo que voy a esperarte toda mi vida porque mi vida no me pertenece y no puedo dártela. Pero al fin he comprendido que nunca he dejado ni dejaré de ser tuya.
Siempre tuya… Anna

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Próxima publicación: 25 de Mayo

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