Capítulo I. Jamás Desaparecerá
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De
espaldas a él, puedo ver mi propia cara reflejada en el espejo. Mis
ojos claros se clavan en la imagen frente a mí y me cuesta trabajo
creer que es mi rostro el que veo. Mi cabello largo y ondulado, tan
oscuro como la noche que nos envuelve, cae sobre mis pechos desnudos,
escondiéndolos de la vista. De pie como estoy, puedo ver todo mi
cuerpo: mi cintura estrecha, mis piernas largas, mis pies delgados;
que a mí siempre me han parecido grandes pero que embonan perfecto
con el resto de mi cuerpo.
Me
quedo mirándome largo tiempo, como buscando algo que faltara en el
retrato que estoy viendo. Y realmente hay algo que falta pues por más
que la miro, lo único que veo en la imagen frente a mí, es una
mujer vacía carente de ilusión y sentimientos.
Detrás
de mí, él me rodea con esos brazos fuertes y velludos. Quién es él
o cómo llegamos aquí es lo que menos me importa. Me vuelvo y
entonces puedo ver su cara: tiene facciones toscas y la barba
descuidada, pero sus ojos, aunque pequeños, me parecen muy
atractivos, tal vez eso fue lo que me hizo fijarme en él.
Ésta
noche en el bar realmente no tenía pensado que esto pasara, sólo
quería un trago, una copa que me ayudara a aliviar el vacío que
llena mi alma y ahí un extraño me invita a beber y me sonríe con
esa sonrisa que esconde algo pero que al mismo tiempo deja ver la
intención detrás del gesto.
Y
ahora, guiados por un sutil impulso que nos trajo hasta aquí, la
habitación en mi departamento, nos miramos. Estamos solos y
desnudos, uno frente al otro y nos miramos. Y en sus ojos veo una
necesidad. Una necesidad igual que la mía de saciar una sed que no
puede ser saciada. De satisfacer un deseo que no podrá jamás ser
satisfecho. Pero aquí estamos y la necesidad que nos empuja a hacer
lo que estamos haciendo es tan fuerte que no puede ya ser ignorada.
Me
guía hasta la cama y me recuesta suavemente mientras me llena de
caricias y besos. Me parece muy tierno, pero no es ternura lo que
busco esta noche. Esta noche quiero pasión devoradora. Lujuria que
me haga olvidar. Que me haga sentir. Fuego que se lleve de mí todo
el sufrimiento. Lo empujo con ligera brusquedad y me acomodo a
horcajadas sobre sus piernas. Lo beso con toda la pasión que me es
posible, deslizo mis manos hasta la cinturilla de su ropa interior y
descubro su sexo latiente de deseo. Lo sostengo entre mis manos y
así, entre mis dedos, parece más grande de lo que realmente es. Lo
acaricio suavemente mientras lleno de besos su boca. Parece que he
despertado al lobo, pues me besa con besos llenos de pasión y me
acaricia. No, no me acaricia, me estruja. Y sus manos toscas y
rasposas me envuelven y me examinan. Grito y gimo al sentir sus manos
recorriendo mi cuerpo.
Recostada
en la cama puedo sentir su ser llenándome y vaciándome. Por un
momento olvido el dolor y el sufrimiento. Por un segundo ya no hay
nada. Mi ser es llenado por una sensación de paz que recorre todo mi
cuerpo. Me estremezco y mi piel se eriza y mi voz aguda llena la
habitación. Mi respiración se acompasa, mi cuerpo se destensa. Me
sobreviene un sopor tan pesado que me cansa, pero no viene solo, la
soledad y la tristeza le acompañan. Mi ser se inunda de amargura y
me siento vacía de nuevo. Ya no hay paz. Y antes de que pueda darme
cuenta me he quedado dormida llena de aquellos sentimientos.
En
medio de la penumbra me levanto y siento el cuerpo tan pesado como si
llevara una molesta carga encima. ¡Ah! Es verdad, si la llevo, pero
esta noche me pesa más que nunca. Sentada sobre la cama miro al
hombre que respira pausadamente. Está profundamente dormido pero yo
deseo que estuviera muerto. Que no hubiera existido. Deseo que en su
lugar, fuera el espacio vació que he mirado cada noche al despertar
desconsolada. Pero ahí está. Lo miro y aparto la vista. Me miro a
mí y el verme desnuda me avergüenza. Busco mi bata de seda y cubro
mi cuerpo. Mis manos se aferran a ella con fuerza y me siento rota.
Miro la mesita de noche junto al tocador y recuerdo de pronto lo que
hay guardado en el cajón. Desesperada busco la llave en el alhajero
del tocador y corro de nuevo a la mesita, acerco el taburete y me
siento frente a ella. En el cajón, guardado como un tesoro, envuelto
en papel de seda, la única cosa que guardé de él,
el único obsequio que no fue destruido con mis manos. ¿Por qué lo
guarde? Tal vez para esto. Lo descubro con cuidado y puedo verlo
gracias a la lámpara de la mesita. El cuaderno forrado de piel que
me obsequió el último cumpleaños que pasamos juntos. Deslizo los
dedos por el broche de plata y lo examino.
Mi
cabeza se llena con recuerdos. Y vienen a mí las imágenes de aquel
día en nuestro hogar, en aquella época en que la palabra “nuestro”
aún existía. Si cierro los ojos, aún puedo sentir el perfume de su
cuerpo jugando en mi nariz. En mi cabeza aún puedo ver el vestido
rojo que llevé aquel día y la expresión de su rostro al mirarme,
como si no existiera nada más que él y yo en esa habitación. Y el
dolor vuelve. Y la culpa se hace más grande.
»—¿Qué
es? —pregunté sonriendo cuando extendió el envoltorio frente a
mí, después de la cena.
»—Ábrelo
—respondió con esa voz tan seductora que le caracteriza.
»—Un
libro —dije sorprendida y hojeé las páginas —esta... en blanco.
—Rió.
»—Es
que no es un libro. Es un diario. Para que escribas en él lo que
quieras. Lo que se te ocurra. Cualquier cosa que puedas sentir.
—Sonrió y la sombra de esa sonrisa sincera aún me acompaña.
Pues
bien. Ahora había algo que quería escribir. Y no era un diario
exactamente en lo que pensé cuando tome el cuaderno sino una carta.
Una carta que atrapara todo lo que quería decirle. Lo que sólo
podía contarte a él, que siempre me había comprendido tan bien.
Abro la primera página y comienzo a escribir:
Amor
mío:
Esta
es la primera vez que estoy con un hombre que no eres tú y me gustó.
Lo hice para olvidar de algún modo posible tu recuerdo. Para aliviar
mis deseos de tenerte y funcionó. Pero fue un alivio momentáneo que
expiró tan pronto se escapó el orgasmo. Extrañamente me he sentido
culpable, como quien comete un delito y a quien le aplasta luego la
moral. He sentido que estoy traicionándote. Que te estoy siendo
infiel. Pero debo agradecer que me has hecho una mujer libre y lo
único que traiciono es tu recuerdo.
En
realidad no tenía la intensión de hacerlo, fue algo que sólo
sucedió y cuando me di cuenta no quise detenerlo. Dejé que pasara y
experimenté cosas nuevas. Cosas diferentes. Él no es como tú, en
el sexo me refiero, y no es que te compare, sólo quiero hacer notar
que fue una experiencia diferente. Lo hizo tan diferente de ti que me
gustó.
He
de confesarte que también en mí hay algo diferente. No sé como
explicarlo adecuadamente, pero fue como si algo en mí se rompiera.
De algún modo, aquello que se fracturó me impide ser la de antes,
la que conocías. Tengo la sensación de que ya no puedo ser como
antes aunque quisiera. Es como si algo me faltara, como si todas las
experiencias que me han colmado desde que te conocí me hubieran
hecho de este modo y es por eso que no puedo volver a ser quien era,
porque ya no sé como hacerlo ni tengo la intención de traerla de
vuelta.
Ésta
es la primera carta que te escribo desde que no estas conmigo y tengo
la certeza de que no será la última. Sé que volveré a buscar el
calor de otros brazos con la esperanza de hallar en ellos el consuelo
que me falta. Cada noche saldré en busca de aquello que me llene,
aunque sea por un momento, el vació que me empapa. Tal vez así, una
noche de pronto, el sufrimiento se vaya.
Hasta
el próximo encentro.
Con
cariño… Anna
...................................................
Próxima Publicación:
Vierness 11 de Abril
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4:06 p. m. | |
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